Wednesday 11 September 2013

De la novia más guapa del mundo, la reconciliación con lo vasco y la ilusión recuperada

Llevo semanas barruntando que algo me impulsaría a escribir un texto en torno a mi asignatura pendiente favorita, en torno al sempiterno tema de la amistad. Iba a ser en un primer momento un texto melancólico, pero algo que ha ocurrido este fin de semana ha logrado que vuelva a recobrar la ilusión. En realidad no se trataba de algo que fuera a cambiar mi vida de forma radical, pero sí la de dos personas y las de varias personas que por ellos la vida darian. Una amiga mía se casó (la frase que tememos todas las solteras algo perdidas en la vida como yo) con alguien que, entre mil y un cualidades, dejó hace unos días clara una de ellas: es feliz haciendo feliz a mi amiga. La ceremonia fue preciosa y emocionante, en especial, al menos en mi opinión, porque también parecía basarse sobre el mismo principio que sustenta el amor de esa pareja: el amor es lo contrario al egoísmo. Y cuando digo amor, me refiero a cualquier tipo de amor: amor hacia esa persona especial, amor hacia aquellos miembros de tu familia que te han tenido que soportar más de lo debido por obligación (también llamados familia), amor al prójimo y amor por aquellos otros que todavia tienen que soportarte, pero lo hacen por elección propia (que no racional).  

Y es que la amistad y el egoísmo son incompatibles. Mejor dicho, la verdadera amistad y el egoísmo son incompatibles. Evidentemente, y como ocurre con todo en la vida, tendríamos que seguir este dictado con moderación. Que tampoco es cuestión de irte al fin del mundo y dejar todo si un amigo te dice ven. Que lo bonito es encontrar el punto medio; sin pasarte, pero sin quedarte corto, que de esto último es de lo que pecamos la gran mayoría. En estos tiempos de modernidad líquida, como diría Zygmunt Bauman, la amistad no se queda atras y tambien se convierte en algo líquido, pasajero, circunstancial y, en muchas ocasiones, en algo interesado. Esto es fácil de sufrir en tus propias carnes cuando has tenido la suerte y el honor de vivir en varios lugares: “people come and go” (o al menos eso dicen), y muchas veces tu te quedas ahí, anclado en la relación que en un momento tuviste con ellos, en los instantes, experiencias y risas que compartisteis, en ese trocito de tu corazón que se ganaron y con el que se quedaron y olvidaron devolver. “People come and go” y o no te avisan de ello, o bien tu no te das por avisado. Que no siempre la culpa recae sobre el que se siente agraviado. Ni mucho menos.

El caso es que no hace mucho he perdido a dos amigos. En términos más exactos, me he dado cuenta de que ya no puedo considerarlos como tales. Y no es la primera vez que me ocurre. Ni será la ultima, pero da que pensar. Pone en bandeja a una loca paranoica como yo una enorme cantidad de material que analizar minuciosamente. Y no imaginais lo peligroso que es eso. Del Autoexamen y por tanto autocrítica a la culpabilización general, al victimismo más extremo. Pasando por la fingida indiferencia. Pero tras unas cientos de miles de vueltas, y no muchas menos etiquetas adjudicadas de la forma más discrecional posible, me he dado de bruces con la respuesta más probable: cuando hay egoísmo, suele haberlo de las dos partes, porque siempre tendemos a replicar el comportamiento que vemos en el otro y, por mucho que me empeñe en lo contrario, el hombre suele ser vengativo por naturaleza. Hablo de ello porque se que ninguno de los dos llegará nunca a leerlo, no porque quiera precisamente erigirme en una moderna Inigo Montoya (es la primera figura de vengador que se me ha venido a la cabeza, que quereis que os diga, la televisión hizo mucho daño). Uno de ellos creía que le quería demasiado, el otro creía que no le quería lo suficiente. Y los tres tuvimos la culpa de ello: por mi parte, porque a veces no sé calibrar cuando se trata de expresar mi cariño, y porque a veces no se demostrar que merece la pena luchar por seguir a mi lado, aunque a veces lo unico que apetezca sea “laisser tomber” y arrimarse a alguien mas simple. Precisamente es a ello a lo que hago referencia cuando hablo de superar el egoísmo: a luchar por aquellos que te han demostrado que lo harán por ti, que te querrán siempre, que quizas no estarán a tu lado en tu momento de forma física, pero sí en alma cuando lo necesites. Por aquellos que llevan toda la vida aprendiendo y esforzándose por ser amigos. Por aquellos que se equivocan más a menudo de lo normal por intentar hacerlo mejor de lo normal.

Es cierto, la amistad tiene que ser simple y fluir para ser verdadera amistad. Pero ello no significa que ante uno o varios obstáculos estemos legitimados para enfurruñarse y optar por la via facil. Porque lo facil esta bien, pero muchas veces cansa. Porque fácil esta ahi, a tu lado, pero a veces no es lo mejor. Porque lo fácil no te llenara ni te hará sonreír en el momento de meterte a la cama. Porque la gente cambia, porque nosotros cambiamos, pero resulta difícil (y sobre todo duro) creernos capaces de cambiar tanto como para no reconocernos, como para no reconoceros, como para que no nos reconozcan. Llamadme idealista si lo deseáis, pero si en un mero fin de semana rodeada de un número significativo de personas notables he conseguido recobrar y la ilusión y la fe en todo lo que me rodea, quizás todos debieramos intentarlo cada cierto tiempo. Duele, cansa y en ocasiones no funciona, pero una de las pocas cosas que tengo claras en esta vida es que cuanto más he invertido en alguien, quizás no haya sido sido correspondida en proporción, pero si que me he sentido satisfecha y feliz. La amistad no es sólo ausencia de egoísmo, la amistad es también felicidad. Sed felices y queredles. Sed felices y queredme.

A todos mis amigos que me han enseñado lo que es querer. En especial a mis amigas de nombre Maria, que me han enseñado lo que es ese tipo de amor al que un dia podré aspirar.


Saturday 3 November 2012

Quevedo


“no cuentes por él las horas,
 sino sus penas por ti”

Thursday 6 September 2012

Eternal sunshine of the spotless mind

Cuando era aún una niña recuerdo entonar una vez tras otra el Poema 20 del gran Pablo Neruda: no entendía realmente el significado, pero es innegable que se trata de un texto precioso, de ritmo cautivador, de palabras a la vez familiares y repletas de un innegable sentido místico. Se trata de una poesía embriagadora que te invita, incluso te fuerza, a repetir sus versos y verte transportado por el ritmo. Sin embargo, y aunque hoy en día sigo apreciando enormemente las palabras del poeta chileno, sólo uno de sus versos (que todos conocemos) retumba en mis oídos una y otra vez y se erige en verdad universal: "Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido". 

Podría decirse que esto enlaza directamente con mi entrada anterior: soy una persona a la que le resulta extremadamente difícil olvidar a todo aquel individuo con el que he mantenido algún tipo de relación. Y es aun peor cuando esa persona se mete en tu corazón, te llega al alma y, aun no siendo consciente de ello, la muy condenada se niega a salir. Y tu sabes que es necesario, que para salir adelante y seguir con una vida normal, no te va a quedar mas remedio que olvidarle. ¿Y en qué consiste olvidar? Todos los días me levanto y me digo con determinación "esto no puede seguir así, todo eso pasó hace mucho y acabó, no seas tonta". Y como siempre, la teoría está a años luz de la práctica. Basta una sonrisa de un barbudo en Malasaña, la risa loca de un niño, un concierto al aire libre frecuentado por "perros flauta", un articulo en el periódico del que podríamos haber hablado durante horas, una ola que rompe con mayor intensidad que sus hermanas... para traerle de nuevo, como por arte de magia, a mis recuerdos. 

E inevitablemente recordar la forma en la que me besaba la frente, la mañana en que decidí prescindir de mi sempiterno flequillo y apartó aquellos cabellos que osaban invadirla, la forma en que todo a mi alrededor se difuminaba cuando el me decía que todo se iba a arreglar. Y resulta que nada se ha arreglado... Recordar cómo acariciaba, como distraído, mis piernas o mi espalda, sin darse cuenta del placer que yo sentía. Cómo mimaba mi cuello y me dejaba jugar con su nariz. Echo de menos sus labios, que no me cansaba de toquetear como un niño recién nacido que descubre el mundo poco a poco. Aun echo de menos esos labios, esa sonrisa al aire, esos dientes traviesos, esas manos regordetas que me hacían sentir mas segura, esas orejas que aprendieron a quererme, incluso a pesar de que su dueño no lo hiciera. 

Y no, no consigo olvidar lo feliz que me hacía el sentir que alguien pensaba en mi, que alguien se preocupaba por mi, que alguien disfrutaba (y buscaba!) mi compañía. Lo feliz que me hacia tener la oportunidad de descubrir a alguien en apariencia tan distinto, y en el fondo tan paralelo. Escuchar sus historias, protestar sus correcciones, provocarle con mis criticas, buscar ansiosamente su aprobación, disfrutar de su risa, planear sorprenderle, inventar tonterías que avergonzarían al resto del mundo, reñirle sabiendo que minutos después me comería a besos, no tener la necesidad de pasar cada segundo con el para así después tener mas aventuras que contarnos...

Ignoro aun si le quise, tiendo a vivir todo com mayor intensidad de la debida, y soy consciente de que no transcurrió el tiempo suficiente como para que mi corazón se rindiera de manera tan estrepitosa. Y en todo caso, me aferro a las palabras de Don Pablo y me convenzo de que el amor es corto. Sin embargo, me resulta extremadamente duro siquiera vislumbrar el momento en el que le olvide. ¿Será progresivo, como ocurre con la gente que abandona este mundo para siempre? ¿Ocurrirá de forma súbita, cuando sea capaz de escuchar ciertas canciones y pensar en ciertas cosas sin que su imagen invada mi pensamiento? Lo reconozco, ansío ser Jim Carrey en "Olvídate de mi": caer en una anestesia profunda y levantarme con la fuerza de comerme el mundo sin que su recuerdo me paralice, aunque sea únicamente durante dos milésimas de segundo. Y esperar a que alguien nuevo vuelva a remover mis cimientos con el simple gesto de acariciar mi pelo...

Monday 27 August 2012

With a little help from my friends

Tanto tiempo libre, tanto tiempo rodeada de soledad, tantas despedidas recientes y desilusiones acumuladas, resulta inevitable reflexionar... Y últimamente en lo que pienso mucho es en mis amigos, aquellas personas que literalmente me dan la vida y son capaces de volver rojo un día gris.

No soy única en esto, soy consciente:  lo que mas me gusta en el mundo es viajar. Viajar, sobre todo al extranjero, y así tener la oportunidad de descubrir nuevos paisajes, nuevas culturas, nuevos retos, nuevas costumbres, y... nuevos amigos. El gran inconveniente de esta pasión (y me temo que también del empleo con el que sueño) es, sin embargo, la sensación de dejar tanta gente atrás, gente que sabes que inevitablemente seguirá su propio camino. Algunos de ellos me han olvidado ya, algunos me olvidarán. En cambio, llamadme extraña si queréis, a mi me resulta prácticamente imposible olvidar a todos los amigos con los que mi camino se ha cruzado en algún momento. Os recuerdo, os venero, os quiero.
Inciso egocéntrico. Algún avispado ya estará pensando para sus adentros "pues a mi hace meses que no me escribe, la muy mentirosa", y pido perdón por adelantado por ser un desastre y no estar ahí en todos los momentos en los que debería (a veces es una simple cuestión de insistir, en cuanto me llaman la atención un par de veces, he aprendido la lección, cual perro de Pavlov).

Únicamente un amigo es capaz de hacerte ver todo lo bueno y lo malo que comporta tu existencia. El único capaz de forzarte a enfrentarte a tus peores temores, el único capaz de identificar y confirmar tus errores (ya que probablemente será el único capaz de perdonarlos sin ningún tipo de rencor), el único capaz de apreciar tus defectos, e incluso de a veces encontrarles el lado positivo. Pero un amigo también es la única persona capaz de hacerte ver lo bueno que tiene la vida, capaz de aplaudir tus logros (en cuya consecución muy probablemente haya colaborado), capaz de compartir tu felicidad y luchar hasta le extenuación para que tu participes en la suya. Un amigo es un maestro: un amigo te enseña, un amigo te evalúa, un amigo te corrige, un amigo te alienta, un amigo te consuela cuando fallas y recompensa cuando aciertas, un amigo te aconseja porque sabe lo que es lo mejor para ti (aunque tu a veces te niegues a aceptarlo).

Pero debo admitir que en este ámbito tengo un gran defecto: admiro profundamente a mis amigos. ¿Y por qué esto constituye un defecto? La razón es que ello conlleva que espero muchísimo de ellos, espero continuamente que sean perfectos, perfectos para mi. Y ellos, desconocedores de tal hecho, a veces no actúan como yo espero. Mi primera reacción suele ser pensar que no están a la altura, pero no es así... Simplemente, lo que ha ocurrido la gran mayoría de las veces es que mis amigos han hecho uso de su libre albedrío, han actuado conforme a su escala de valores y prioridades (vamos, han hecho lo que les ha dado la real gana, como debe ser) y su acción no ha coincidido con mi voluntad. Así explicado, no estamos de ningún modo ante un pecado, nos encontramos más bien ante una ilusa egocéntrica (para mas información, yo) que en algún momento piensa que los demás deberían anteponer mis deseos e ilusiones a los suyos. ¿Pero qué tipo de egoísmo es este? A veces siento que soy yo la que no merece recibir el nombre de "amiga".

Porque en realidad mis amigos son perfectos (perfectos no solo para mi, sino también para el mundo en general, que a veces parece no darse cuenta de lo que se está perdiendo sin ellos), porque aunque a veces cometan errores y/o torpezas, porque aunque a veces me vuelvan loca o se olviden de mi, son mis amigos... Son aquellos con los que he decidido pasar el resto de mi vida, aún en la distancia, aún en el silencio. Porque en realidad la amistad es peor que el matrimonio. Amigos son aquellos a los que elijo molestar cuando algo no va bien, son aquellos a quien elijo llamar cuando todo deja de ir mal. Aquellos de los que me interesa hasta el mas mínimo detalle. Aquellos que me cuentan el mismo chiste una y mil veces. Aquellos que me han visto crecer (de una u otra manera, a distintas alturas de la vida) y han moldeado mi espíritu. Aquellos a los que ansío abrazar cuando me invade el miedo, porque se que con ellos cualquier monstruo se espantará.

Amigos que me habéis salvado la vida. Amigos que me habéis hecho el favor de abrirme vuestros brazos y corazones. Amigos que aun sin daros cuenta de ello me transmitís la ilusión y las ganas de vivir. Amigos de los que he aprendido todo lo que se. Amigos que no pedís nada a cambio, pero que lo dais todo. Amigos que, sin saberlo, habéis acabado por convertiros en parte de lo que a mi me gusta denominar "mi gran familia". Y es gracias a todo lo anterior que he aprendido y aceptado (y, lo que es más, es algo que ya no me da miedo) que lo peor que me puede ocurrir en la vida no es el nunca encontrar ese "gran amor" del que tanto hablan. Tengo mas de un gran amor, ¡tengo incluso varios de ellos diseminados por el mundo! Y aunque mil y una veces tienda a la melancolía y me sienta triste y sola (que tire la primera piedra quien esté libre de pecado y no se sienta así), siempre hay algo que me impide caer en picado tras haber tropezado, y ese algo sois vosotros, amigos.